La visita de Felipe Calderón a Washington no pinta del todo bien, pues su discurso hacia Estados Unidos ha estado totalmente equivocado
Felipe Calderón visitará al presidente George Bush el 9 de noviembre próximo, casi una semana después de las elecciones intermedias, en el peor momento en que podría hacerlo, aún si contra todos los pronósticos los republicanos mantienen el control de la Cámara de Diputados y del Senado. La popularidad de Bush se encuentra en el vecindario en 30%, similar a los históricos más bajos, rivalizando con el crepúsculo de la carrera de Richard Nixon por el Watergate, y con Gerald Ford, cuando le otorgó un indulto presidencial. Se da también en el contexto de un debate entre historiadores sobre si Bush se recordará en el futuro como uno de los peores mandatarios en la historia estadounidense, nefasto como Andrew Johnson que fue incapaz de detener la guerra civil, incapaz como Herbert Hoover, que llevó al país a la Gran Depresión, o calamitoso como Warren Harding, un invento cuya corrupción no resistió más de dos años en la Casa Blanca.
Con este presidente enfrente, Calderón cumplirá con el ritual que siguen los presidentes electos en México y, para ser justos, de buena parte del mundo: acuden a rendir honores a la metrópoli y tratar de establecer el preámbulo de una relación provechosa. En el caso mexicano, es más estratégica, al tener su economía totalmente injertada en el sistema productivo estadounidense y vivir con el aliento que lo riega desde el norte. Calderón, quien gobernará durante los dos años que le quedan a Bush, si es que los demócratas, en caso de tomar control del Capitolio no cumplen la amenaza de enjuiciarlo políticamente para que sea expulsado del poder, no tendrá una luna de miel con Washington, como siempre aspiran los noveles mandatarios mexicanos, porque todo ahí tiene sabor amargo.
Pero más allá de todos esos factores exógenos que enfrentará Calderón al encontrarse con Bush, el Presidente electo llegará con un déficit por falta de cálculo y visión estratégica. No va a pasar inadvertido que en su primera gira en esa calidad, por Centro y Sudamérica, su principal pronunciamiento regional fue en contra de la construcción del muro fronterizo, y que en la más reciente a Canadá, igual. No está mal desde un punto de vista político y ético, pero no ha sido arropado. El muro es una coartada electoral que responde a las ansiedades y angustias de los estadounidenses, que llevó incluso a los legisladores más liberales de Estados Unidos a alinearse con el metabolismo nacional y firmar abrumadoramente la ley del muro. Si tan sólo hubiera dado muestras de estar al tanto de sus preocupaciones, la declaración en contra del muro, que va a contracorriente de las expectativas de un electorado que ha mostrado ser bastante antimexicano, no parecería estar tan lejano de las necesidades emocionales estadounidenses.
¿Por qué Calderón no ha englobado sus mensajes hemisféricos mostrando preocupación por lo que más alarma a los estadounidenses? Porque no tiene nada concreto e imaginativo para abordar el tema de la inseguridad fronteriza y el fenómeno del narcotráfico en los estados colindantes con México. Estos temas han hecho de la relación una red aún más compleja de lo que históricamente ha sido. Aunque desde los 80 la relación ha estado narcotizada, reduciendo un poco ese énfasis en los últimos años por el debate migratorio, hoy se han juntado ambos fenómenos, pero desde la perspectiva mexicana, para peor. El acotamiento que tiene Bush en materia de migración se ha agravado por la forma como se metió el tema de lleno a la campaña electoral intermedia, eliminando las líneas que normalmente dividen a republicanos y demócratas en la materia, y unificándolos en la misma dirección que, por razones de votos, los guían sus electores. Por ejemplo, Jack Davis, que está buscando la curul demócrata en el muy liberal estado de Nueva York, declaró recientemente a The Washington Post a propósito del impacto negativo de una amnistía para indocumentados: "Ya veo a los radicales mexicanos diciendo que el presidente (James) Polk tomó su tierra en la guerra con México. Bien, les tengo noticias: ¡Esa la perdieron, nenes!".
Las campañas electorales antimigratorias y antimexicanas siempre vinculan a los indocumentados con el problema de la seguridad nacional. Recientemente, un subcomité del Congreso presentó un reporte de 36 páginas sobre la violencia fronteriza donde alerta sobre el incremento de la actividad de narcotraficantes mexicanos en Estados Unidos enfatizando una vez más la necesidad de una estrategia contra ellas. El muro, olvida Calderón, no responde en realidad a la migración indocumentada, sino a las preocupaciones en Estados Unidos contra el narcotráfico y el terrorismo. La razón de ese muro y del envío de la Guardia Nacional a la frontera con México señala claramente que los estadounidenses están convencidos de que el gobierno mexicano no puede garantizar seguridad en la región.
Calderón no ha tenido más que tropiezos en el campo. Inclusive, en la última reunión de alguaciles estadounidenses fronterizos no envió a quien se supone serviría de enlace en el tema, sino como emergente estuvo Arturo Sarukhán, quien lleva las relaciones internacionales en el equipo de transición, y que fue responsable de los temas del narcotráfico durante una buena parte de su estadía en la Embajada de México en Washington. Es una mala señal porque Sarukhán no va a ser ni procurador general ni secretario de Seguridad Pública ni zar de las drogas en el gobierno de Calderón. A menos de un mes y medio de que asuma, este fenómeno, que es el de mayor preocupación en Estados Unidos con respecto a la relación con México, no tiene una cara todavía con la cual se podrán arreglar.
Este sí es un problema serio del Presidente electo, quien está cometiendo el mismo error en el que incurrió el presidente Vicente Fox en su trato con el gobierno de Estados Unidos. Los estadounidenses siempre han sido muy claros: están dispuestos a dar lo que quieren dar. Si un gobierno les pide lo que ellos tienen en mente, se los dan; si no, claro que no. Fox les pidió una reforma migratoria, cuando Bush estaba dispuesto a darle otras cosas, como una ampliación del TLC. Al no entender Fox esa lógica, empantanó la relación, logró una regresión en el trato y la confianza, y terminará su sexenio con una de las peores relaciones bilaterales en la memoria.
Para Calderón el problema que tiene será identificar los temas en los cuales no sólo Bush, sino el nuevo Congreso que se vota el primer martes de noviembre, querrá dar a México. Las líneas están perfiladas, seguridad fronteriza y combate al narcotráfico, pero en el horizonte de Calderón se ven nubladas. Tiene poco tiempo para preparar la visita a Washington, pero ya no puede seguir perdiéndolo, a menos de que desee seguir la ruta de Fox: mucho estruendo, poca efectividad. Mucho desgaste y un rotundo fracaso.
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