López Obrador está renegando de tantas cosas que poco falta para que, sin darse cuenta, reniegue de sí mismo
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación avanzó el sábado un paso más hacia la calificación definitiva de la elección presidencial, con el revés a Andrés Manuel López Obrador para realizar un recuento total de votos. El argumento fue sólido: el PRD, ni presentó las impugnaciones en los términos de ley en los 300 distritos, ni demostró las contradicciones en forma evidente, ni se apegó a la doctrina y a la jurisprudencia. En síntesis, fue un desastre jurídico lo que presentó el equipo de López Obrador para el Tribunal Electoral, aunque hasta que no concluya el proceso, tampoco Felipe Calderón podría sentarse en la silla presidencial. De hecho, lo que sucedió fue que entramos en una nueva fase incierta y llena de misterio por obra y gracia del candidato, hasta hoy, perdedor el 2 de julio.
López Obrador, que no es abogado sino economista, aseguró que los argumentos de los magistrados eran "endebles", que habían actuado con un criterio "estrecho y limitado", que no iba a aceptar ese fallo y los conminó a que lo rectificaran porque de otra forma, adelantó, no aceptará resultado alguno de la elección. ¿Alguien se siente sorprendido? Quizás sólo los más ingenuos. Si alguien ha sido congruente y consecuente de principio a fin ha sido López Obrador. Nunca se comprometió a aceptar su derrota, y jamás ofreció acatar a las reglas de la democracia. No denunció nada durante la campaña, dijo en una de sus múltiples entrevistas radiales, porque estaba convencido de que ganaría.
Como no fue así, hoy está convertido en una especie de Humpty Dumpty, esa figura en forma de huevo que ha ocupado miles de palabras no sólo en la literatura, como personaje de Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas, sino en los conceptos del lenguaje y, más cercano a lo que nos ocupa, en la ciencia política.
Humpty Dumpty es un símbolo de insensatez en el pertinente libro para la actualidad mexicana La marcha de la locura de Bárbara Tuchman, que menciona el caso de Luis XIV como uno de los paradigmáticos cuando se actúa en contra el interés propio, olvidando que la política debe ser política de un grupo y no de un individuo.
Luis XIV provocó el desplome de Francia al agotar sus recursos humanos y económicos, en una serie de medidas que su corte, lejos de cuestionar, le aplaudieron. Tan ciegos estaban que Madame de Pompadeur, la amante de su sucesor, haría una declaración tan famosa como soberbia: "Después de nosotros, el diluvio". Eso vino, en efecto, en forma de locura al persistir la insensatez.
El Humpty Dumpty que tiene López Obrador en su corazón lo está llevando por ese camino. Autodesignado como el hombre que tiene una misión sobre la tierra mexicana ve, al enfrentarse a los obstáculos, una gran conspiración en todo, desde el millón de mexicanos que contribuyeron al fraude electoral el 2 de julio, al fraudulento consejo general del IFE, a todos los medios de comunicación -menos su vocero y sus fieles, pero incluidos algunos con credenciales democráticas bien ganadas- que se sumaron a la cargada para consolidar la victoria "ilegal e ilegítima" de Felipe Calderón, a los gobiernos extranjeros que felicitaron al panista -como el conservador en Washington y el socialista en Madrid-, a los observadores internacionales que "no vieron nada", a más de un centenar de intelectuales que descartaron por completo la posibilidad de un fraude y al propio TEPJF cuyos magistrados, sugirieron algunos de los suyos, recibieron millonarios pagos por su voto.
Su discurso es, regresando a los conceptos de lenguaje, como el Humpty Dumpty de Alicia en el país de las maravillas, cuando le dice a Alicia con un tono de ironía: "Cuando uso una palabra significa exactamente lo que he elegido que signifique; ni más, ni menos", a lo que Alicia le responde: "La pregunta es si puedes hacer que las palabras signifiquen muchas cosas". Humpty Dumpty replica: "La pregunta es cuál es la que será la mejor; eso es todo". López Obrador se maneja en esos terrenos.
Su palabra significa muchas palabras para muchos públicos, como el diputado federal Emilio Serrano, quien en reacción al fallo del Tribunal Electoral reiteró que "estamos listos para morir en la lucha", o como algunos que en correos electrónicos procedentes de varias partes del país aseguran que están dispuestos a tomar las armas y pelear porque les sobran "cojones".
Metafórica o literalmente, López Obrador enfrenta un problema y, a la vez, un desafío. Si el Tribunal Electoral va prefigurando lo que podría ser su resolución final sobre la elección presidencial, ¿cómo va a impedir que, no los farsantes como el diputado, sino algunos partidarios fieles que piensan que sin el perredista se les canceló su posibilidad de dejar de ser pobres y convertirse en ricos, efectivamente no empuñen un arma y procuren hacer la justicia prometida por su candidato? ¿Cómo va a empezar a recular en su inflamatorio discurso tan divisionista después del zape tan contundente que le dio el Tribunal? ¿Cómo pegar lo que hoy ha roto?
Él mismo se ha venido cerrando los espacios de maniobra y sacrificando en el camino a los propios perredistas, aquellos que ya ocupan cargos de elección popular o administrativos, como el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Alejandro Encinas, que sigue acumulando faltas punibles por permitir los plantones -argumenta que no violan la ley, pese a que impiden el libre tránsito y afectan la libertad de terceros, consagrados por la Constitución-, o Marcelo Ebrard, quien como decenas de perredistas ganó el cargo en la misma elección que cuestiona López Obrador, y que ha endurecido su discurso para congraciarse con su líder, que le reclamó que no hiciera campaña y, en el exceso de la insensatez de la que habla Tuchman, hasta que no hubiera cancelado su boda.
Guardando la proporción con otras figuras de la historia, López Obrador está gastando capital humano y económico al obligar al PRD a que lo sigan en su marcha de la locura. O, por mencionar un solo botón de muestra, ¿cómo explicar de otra forma su resistencia a ceñirse a la ley y seguir elevando las expectativas de los más radicales, los más esperanzados, o los más ingenuos a dar todo por él solo? Humpty Dumpty es un personaje que los historiadores siempre han relacionado con violencia y tragedias, y los politólogos lo vinculan con aquellos líderes que destruyen todo a su alrededor.
No vaya a ser, por la dinámica que está imponiendo a los acontecimientos, que a López Obrador, parafraseando a Carroll y evocando al Ricardo III de Shakespeare -a quien identifican detrás de los acertijos de Humpty Dumpty-, al final de todo no le basten todos los hombres y los caballos del Rey para volverlo a poner en lo alto del muro en que estaba, tras haber destruido todo lo que había logrado.
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