Llama la atención lo que está sucediendo con la denominada "clase política", con eso de que algunos se alejen de sus partidos y se acerquen a otros, en lo que visto desde afuera se podría interpretar como deslealtad o incluso traición.
Pienso, por ejemplo, en Jesús Reyes Heroles, economista brillante, descendiente de una familia que durante un siglo ha estado en el candelero político del lado ganador. Su padre fue el mayor intelectual liberal de su época y ministro de Estado y él mismo fue embajador. Y ahora lo vemos acercarse al PAN.
Pienso en Manuel Camacho, miembro importante del grupo gobernante previo al triunfo panista y que ahora está con el PRD. Pienso en algunos a quienes considerábamos priístas de hueso colorado como Manuel Bartlett, Genaro Borrego, Emilio Chuayffet y Diódoro Carrasco, que se percatan de que el barco en el que hicieron toda su carrera política se hunde, y zorros como son, de una vez se alejan o de plano buscan otro barco al cual subirse.
Pienso en un intelectual como José María Pérez Gay, que pertenece a un grupo que estuvo muy cerca de los últimos presidentes, desde Miguel de la Madrid hasta Ernesto Zedillo Ponce de León, pasando por Carlos Salinas de Gortari, y que ahora está cercano a Andrés Manuel López Obrador, quien se supone está furioso con el salinismo y lo culpa de todos los males del país. Y pienso en varios miembros del sector cultural que por igual se han beneficiado de los gobiernos priístas que del foxismo y ahora se dejan apapachar por Andrés Manuel, como si "la cultura" fuera neutra políticamente.
Dicen que es de sabios cambiar. Y más en política. Y también dicen que eso de aferrarse a lo que se conoce, no siempre es lo mejor. Allí está Beatriz Paredes, una mujer capaz y con experiencia, condenada a perder por permanecer leal a su partido.
Pero también me pregunto si eso de cambiar es en todos los casos resultado de una actitud de sabios, pues veo a algunos que cambian demasiado, por ejemplo, Demetrio Sodi o Alfonso Durazo, que han recorrido todas las opciones del espectro político, o Porfirio Muñoz Ledo, que fue ministro en un gobierno priísta, fundador con Cuauhtémoc Cárdenas del partido de oposición del que luego nacería el Partido de la Revolución Democrática, defensor del voto útil para la elección de Vicente Fox, de cuyo gobierno fue representante en organismos internacionales y ahora apoya al candidato perredista que es de un grupo que, para decirlo suave, está alejado de Cuauhtémoc.
Esto de los cambios de partido no es un fenómeno actual. En el siglo XIX se dio mucho, siendo Santa Anna el caso ejemplar de cómo se pasaba de ser liberal a ser conservador y de regreso y otra vez de regreso. Y si bien este personaje es visto en la historia nacional como una farsa, solamente estaba llevando a cabo lo que era una forma de ser que muchos seguían.
La historiadora Guadalupe Jiménez Codinach relató en una conferencia reciente cómo un liberal de la talla de José Joaquín Fernández de Lizardi fue de los que con más entusiasmo apoyaron a Iturbide para que se coronara emperador y en menos de un año ya se había pasado al otro lado y se burlaba con saña de "ese pobre príncipe de casa". Y a Juárez varios de sus mejores amigos y compañeros de ruta lo abandonaron y alguno, llamado Porfirio Díaz, hasta lo traicionó.
Es decir, que estamos hablando de una cultura política en la que estas cosas suceden. Y quizá es así porque nuestras opciones políticas hoy día ya no son tan diferentes, no las separan cuestiones de principios ni de proyectos sino que solamente representan la posibilidad de hacerse del poder y de sus beneficios. Por eso quienes le apuestan a la política y la han convertido en su vida, no tienen problema en mudarse de bando.
Y esa misma razón explicaría por qué los otros partidos reciben sin problema a quienes se mudan, pues además de que les llevan su capacidad, experiencia y prestigio, como regalo extra les permiten adornarse.
De todos modos, lo que como ciudadana me intriga no es que se produzcan estos cambios, sino otra cosa: me pregunto cómo saben los que se cambian cuándo es el momento adecuado para bajarse de un barco y subirse a otro y cómo saben cuál es el barco correcto al que hay que subirse.
Porque es un hecho que lo saben, que no se equivocan. No en balde son los mismos que llevan siglos en el candelero, pasando de un puesto a otro y siempre siendo considerados indispensables.
Sin duda se requiere de enorme habilidad y olfato para saber a tiempo y con suficiente tiempo dónde hay que estar, cerca de quiénes hay que colocarse, todo con tal de mantenerse siempre con los ganadores y cerca del poder.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario