domingo, septiembre 24, 2006

Desconfianza

El lado subjetivo de la política es tan importante como el conjunto de hechos e instituciones que la configuran. Para los comentaristas de lo público y para quienes practican la ciencia política es un tema huidizo, de difícil aprehensión y, por lo mismo, ignorado con la mayor frecuencia. La sicología política es una disciplina de aún escaso desarrollo que sigue siendo superada por las tradiciones interpretativas.

No obstante, se trata de un tema de la mayor relevancia. Asuntos como la opinión sobre la política, la cultura sobre el derecho y la responsabilidad personal y grupal dependen, para su comprensión, de herramientas que hagan posible entender cómo procede la subjetividad de las personas ante los acontecimientos e instituciones de la vida económica, social y política.

Demandas que por habituales se han vuelto ya lugar común, como exigir estado de derecho, la implantación de una "verdadera" justicia, que la transparencia elimine la opacidad y otras muchas, están asociadas fuertemente con el lado subjetivo, con los "modelos" con que pensamos, con las reacciones, casi siempre automatizadas, que tenemos al enfrentarnos a los "hechos" de la política, que no son sino los actos de otros individuos igualmente portadores de una subjetividad.

Cuando Immanuel Kant, el filósofo esencial para la comprensión moderna de la política, el derecho y el Estado, formuló sus argumentos a favor de una "razón pura" y una ética irreprochable en la convivencia social, pensó que era indispensable una adecuación entre la "moral" del individuo y la organización del orden político, y que el derecho era la expresión más acabada de esta adecuación; a tal grado que el derecho mismo sería la mediación que daría lugar a la coordinación entre sociedad y Estado, subjetividad y objetividad, con parsimonia.

Hoy, cuando la sociedad se pregunta sobre las razones de un orden perdido y los espíritus perplejos de los políticos, en el mejor de los casos, se disputan la prelación para efectuar un reordenamiento de la política y el Estado, es relevante preguntarse sobre las preocupaciones subjetivas que están en la base de los motivos políticos.

Durante la campaña electoral, se dice, el público fue explotado por los partidos para infundir miedo. Miedo si gobernase la "izquierda", miedo si lo hiciera la "derecha". Las demonizaciones entre alternativas políticas estuvieron al orden del día. Se ha dicho también que esto inhibió a los ciudadanos, desalentó a los votantes y que a muchos los hizo cambiar el sentido de su voto.

Pero ¿realmente se violó la ley cuando se produjeron estas bravuconadas entre candidatos y partidos? ¿Qué no estaba previsto por los arreglos entre partidos que este tipo de campañas era y es posible? Más importante aún: ¿de veras las "campañas del miedo" infundieron tal temor en los electores que cambiaron su voto? ¿Acaso la política no está hecha al mismo tiempo de miedo y deseo, sus pasiones principales?

Si se revisan las encuestas de intención de voto levantadas en el primer semestre del año podemos ver que hacia junio, menos de un mes antes de las elecciones, la cantidad de indecisos alcanzaba 16%. Solamente 47% de los electores decía con toda seguridad que ya había decidido su voto. Sumados ambos grupos alcanzan una cifra muy semejante al porcentaje de participación efectiva de los electores en la votación. Pero la diferencia entre el ganador y el segundo lugar, de sólo medio punto porcentual, la dieron los indecisos, que o no sabían todavía por quién votar o que, aunque tenían una preferencia, aún estaban dispuestos a cambiarla (Consulta Mitofsky, "Así van al 2006", junio de 2006).

Estas respuestas se acercan mucho a un comportamiento normal en cualquier proceso electoral y revelan un electorado maduro, que sabe lo que quiere y que cuando duda, trabaja por aclarar sus dudas y optar en consecuencia. Con los datos disponibles, la única forma de juzgar acerca de la influencia que las "campañas del miedo" tuvieron sobre los electores es el contenido mismo de los mensajes. Como sabe cualquier estudiante de primer año de comunicaciones, juzgar de este modo no es sino prejuzgar, pues el contenido del mensaje no es relevante para probar su incidencia.

No parece ser pues el miedo el que predominó en la decisión electoral. En su lugar sí hay otro componente que parece normar el sentimiento de la gente: la desconfianza. En la última medición de "Confianza en las instituciones", presentada por la misma empresa citada, los partidos políticos ocupan el antepenúltimo lugar de una lista de 19 instituciones. Su mala reputación solamente es superada por los sindicatos y los diputados y, para colmo, son superados en prestigio por ¡la policía!

Esta medición se realiza periódicamente y se correlaciona consistentemente con otras encuestas nacionales. La desconfianza en algunas de las instituciones de la política es una nota relevante que contrasta, no obstante, con el comportamiento cívico de quienes han salido a votar y también de quienes han servido a la democracia como funcionarios-ciudadanos en la jornada electoral.

Es ya tiempo de pensar seriamente en este distanciamiento de los partidos políticos y los ciudadanos. Todos los indicadores apuntan hacia esta brecha.

Pero la brecha es insuperable si los modelos subjetivos de los políticos no evolucionan hacia un ajuste con los referentes que proporciona el público. No hay otro camino para conseguir confianza. Como lo señaló el sociólogo chileno Norbert Lechner (Los patios interiores de la democracia), construir un orden es, al final de cuentas, "un intento de compartir, y sólo compartimos lo que elaboramos intersubjetivamente; sólo entonces es nuestro mundo, nuestro tiempo".

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