jueves, marzo 08, 2007

¿Es posible una nueva relación?

Una golondrina no hace verano. Una gira tampoco. La política exterior de Estados Unidos hacia América Latina no ha merecido más que críticas y no de ahora sino de siempre. La política del presidente Bush para con la región ha sido, en lo fundamental, la misma que la de otras administraciones.

A las críticas se añade el reclamo, a veces también resentimiento, de los pueblos de América Latina ante la larga historia de intervenciones de Estados Unidos. En la región todos los países tienen algo que lamentar en su relación con esa nación. Esa es la realidad. Está ahí y no puede negarse.

¿Es posible construir otro tipo de relación? Sí, pero no es fácil. Surgen, entonces, otras preguntas: ¿cómo romper el círculo vicioso? ¿Cómo cambiar los términos de esta relación? ¿Cómo construir una que sea ganadora para todas las partes?

Estados Unidos y América Latina tienen que romper con la dialéctica del amo y el esclavo. Sigue presente. De ahí la virulencia del discurso de unos y otros. El amo sólo existe si hay alguien que se asume como esclavo. Hay todavía quienes se ven como tal; de ahí nace su discurso emancipador.

América Latina tiene que abandonar, para siempre, el discurso de víctima ofendida frente a Estados Unidos. No conduce a nada. Es desahogo y nunca propuesta. El lamento no cambia la condición de los países y sí les impide actuar. Los deja donde están.

Estados Unidos tiene que abandonar, para siempre, el discurso del victimario incomprendido frente a América Latina. Esa posición no construye y sí conduce al encierro y al rechazo del otro. Así, víctima y victimario, uno al amparo del otro, se reproducen y todo sigue igual. Eso es, precisamente, lo que hay que romper.

El cambio de fondo pasa, necesariamente, por dos conceptos: colaboración y corresponsabilidad. Son los que pueden transformar la relación. Estados Unidos y América Latina se necesitan, pero siempre que se asuman como iguales. Tan importante es el uno como el otro. Ambos tienen derechos y obligaciones.

Colaboración no es colaboracionismo. Es aceptar que los problemas de cada país exigen hoy de la ayuda del otro para resolverlos. Es el caso de la migración. Su solución exige de la colaboración de unos y otros. No se resuelve sólo desde la lógica nacional. Es, en esencia, un problema transnacional.

Lo mismo ocurre con la corresponsabilidad. Si uno no se hace responsable de su parte y exige que la tarea sólo la haga el otro, se podrán encontrar culpables, pero nunca la solución al problema. Es el caso del narcotráfico o el tráfico de armas. Si Estados Unidos no asume la tarea que le corresponde en su ámbito interno y sólo exige que los otros realicen su parte, todo seguirá más o menos como ahora.

La gira del presidente Bush busca un mejor entendimiento con América Latina, pero servirá de muy poco si no cambian los términos de la relación. Si no se entra a la etapa de la colaboración y la corresponsabilidad. De no hacerse así seguiremos, aunque sea lamentable, en las mismas. Una gira no hace verano.

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