Por: Jean Meyer
Acabo de regresar de Europa y de una Francia impresionante por sus muchos aspectos positivos que no hacen olvidar tensiones y problemas agravados por un clima -no la ruda ola de frío- sicológico ligado a la desmoralización política. Sería tema de otro artículo tratar de una campaña presidencial abierta casi dos años antes de las elecciones de 2007, de la mala salud del presidente Chirac, de la división de la derecha (cinco candidatos putativos), de la izquierda (¿cinco?, ¿siete?, ¿nueve candidatos?), de la falta absoluta de renovación del personal político: nuestra "no reelección" en México tiene sus ventajas.
Pero no, hoy es necesario tratar de un tema que llena las páginas de la prensa francesa y europea: la victoria aplastante de Hamas, el movimiento radical, islamista, fundamentalista, nacionalista que ganó la semana pasada la mayoría absoluta en las elecciones legislativas palestinas.
Es la segunda muerte de Yasser Arafat, la derrota de su partido Al Fatah, desprestigiado por su corrupción y una terrible incapacidad para "gobernar" -si se puede hablar de gobernar bajo la ruda tutela material, militar, omnipresente de Israel. Ocurre en ausencia definitiva de Ariel Sharon, el israelí capaz de las peores y de las mejores ocurrencias; ocurre cuando "la ola verde sumerge al mundo musulmano" (Le Fígaro, 27 de enero).
La metáfora del "tsunami" es alarmista, demasiado, pero corresponde a los hechos, como lo demuestran las recientes elecciones, nada libres, en Egipto que, con todo y persecución oficial, revelaron la fuerza del movimiento de los "Hermanos musulmanes". Ídem en Marruecos, Argelia, Jordania, Irak, Irán, Arabia Saudita, en los emiratos petroleros del Golfo: cada vez que hay la más tímida apertura de una rendija democrática, el descontento popular toma el color verde de la bandera del profeta Mahoma. ¿Significa eso que se trata de un movimiento religioso?
El historiador de los movimientos sociales está tentado en pensar que en este caso la religión no es la causa, ni el motor (o un motor segundario), sino un marcador, una seña de reconocimiento. Lo cual no le quita su carácter tremendo: violencia, intolerancia, fanatismo, siniestra trinidad que encontramos de la misma manera en movimientos que no tienen nada que ver con la religión, como el fascismo, el comunismo, el nazismo y los nacionalismos, aquellos especialmente a la hora de la lucha por la independencia, por la liberación nacional. Nosotros mexicanos debemos recordar que la guerra de Independencia, de manera muy visible, enarboló el marcador religioso, en la forma del estandarte de la Virgen de Guadalupe.
Hace muchos años los nacionalistas que luchaban contra el poder colonial británico para fundar el Estado de Israel -luchaban también contra los palestinos cristianos y musulmanes- no eran para nada religiosos, sino más bien antirreligiosos y los religiosos judíos no aceptaban el proyecto sionista; sin embargo esos nacionalistas apasionados no dudaron en emplear la violencia y fueron calificados de "terroristas", hasta el día de su victoria.
Después el calificativo de "terroristas" desapareció, hasta de los libros de historia, pero el historiador sabe muy bien que los nacionalistas hebreos emplearon la violencia y hasta el terrorismo contra sus adversarios británicos y palestinos. De cierta manera se vale decir que los palestinos aprendieron la lección.
Por eso Estados Unidos y Europa cometieron un grave error cuando, al ver el progreso de Hamas, intentaron cerrarle el paso, advirtiendo a los electores palestinos: "Nunca trataremos con unos terroristas". La amenaza de cortar todo financiamiento a una Autoridad Nacional Palestina (no hay gobierno, porque no hay Estado reconocido), controlada por Hamas, fue la gota que derramó el vaso y empujó al elector a votar masivamente a favor del partido condenado por el Occidente. Así Hamas logró un triunfo inesperado en sus dimensiones; pensaba ganar, pero no la mayoría absoluta y no se ha preparado a dirigir la Autoridad Palestina.
En cuanto a Israel, afirmó primero que no dialogará con un gobierno "terrorista": Francia decía lo mismo a lo largo de la guerra de Argelia y terminó negociando con unos "terroristas" que tenía encarcelados. Según un sondeo publicado en Israel el 27 de enero, 48% de los israelíes aceptan la eventualidad de negociaciones entre su gobierno y Hamas, un movimiento que no acepta la existencia de Israel. Todo es posible, pero la catástrofe no es la única posibilidad. El elector palestino pasó a Hamas "del otro lado del mostrador" y eso ha sido, muchas veces, la mejor manera de calmar los radicales: basta de gritar, a trabajar.
Europa y Estados Unidos, el Occidente y el Occidente extremo, deberían enfrentar con fría racionalidad las consecuencias de 60 años, si no es que más, de una política contradictoria, a veces ingenua a veces criminal, casi siempre irresponsable, frente a la famosa "Cuestión" del Medio Oriente, mezcla explosiva de dos "cuestiones" anteriores, la entonces llamada "Cuestión de Oriente" a saber ¿qué hacer con el imperio turco (otomano)?, y la "cuestión judía" levantada a fines del siglo XIX. No remontaré a la Primera Guerra Mundial con la famosa declaración Balfour que prometió la creación en Palestina de un hogar nacional judío; mencionaré dos ejemplos de "errores". A principios de los años 70, Occidente (en el sentido más amplio de la palabra) decidió arreglar el problema israelí-palestino sacrificando a Líbano en el altar del realismo político, haciendo de Líbano el hogar nacional palestino y de los libaneses cristianos las principales víctimas. Hasta la fecha el desastre libanés prosigue, el costo ha sido muy alto y el beneficio nulo.
Luego, para debilitar a Arafat y a su Organización de Liberación de Palestina, Israel y parte de Occidente facilitaron el nacimiento de Hamas y la financiaron un tiempo. Casi en los mismos años de apoyo de la CIA a Bin Laden, y luego a los talibanes. Hoy los dos occidentes se asustan frente a la victoria de Hamas. Harían bien en meditar una frase de Mirabeau, político francés admirado por don Jesús (Reyes Heroles): cuando el rey Luis XVI de Francia tuvo, desesperado, que admitir jacobinos, esos radicales "fundamentalistas", en el gobierno, Mirabeau le escribió: "Unos jacobinos ministros no son ministros jacobinos".
2 comentarios:
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