domingo, abril 30, 2006

La duda: elegir a un rey o elegir a un presidente

El debate entre cuatro de los cinco candidatos presidenciales marcó, para bien o para mal, el fin de una etapa y el principio de lo que será la recta final de la carrera por alcanzar la "silla grande". Los que debatieron y, sobre todo, el gran ausente, deberán cambiar y/o modificar esquemas y estrategias si es que quieren continuar, ya no se diga dentro de la contienda, sino con vida como alternativas reales para el Congreso de la Unión.
Por lo pronto, un recuento elemental muestra que el saldo negativo entre ganadores y perdedores, de la primera parte de la contienda, no se debe tanto a las bajas propias de la batalla, sino a los errores de los propios candidatos y, sobre todo, a los conflictos internos entre los partidos y sus respectivos pretendientes a los puestos de elección popular. De esa manera, el debate no fue más que una suerte de "revelador" que permitió ver no sólo el blanco y el negro de los candidatos, sino los grises de sus respectivos partidos.
AMLO, la proclama
Y debemos iniciar por el ausente -el que andaba ausente, porque luego del debate AMLO reapareció como pocos imaginaban-, ya que con su automarginación el candidato de la dizque izquierda confirmó que hay dos visiones de lo que será la próxima Presidencia mexicana, en los tiempos de la democracia electoral. Resulta que la ausencia de AMLO al primero de los dos debates previstos, previos al 2 de julio, son la mejor muestra que el candidato de la coalición Por el Bien de Todos no le apuesta a la democracia, sino a la "autocracia". Es decir, que el señor López Obrador no quiere una elección, sino una proclamación.
En pocas palabras, todos sabemos que una democracia es el mandato del pueblo, y que en un sistema presidencialista como el mexicano esa democracia es representativa. Es decir, que los mandantes, los ciudadanos, se dan el gobierno a través de la elección de los mandatarios. Esa elección se sustenta en reglas bien establecidas -la democracia electoral mexicana, por sus reglas y sistemas de elección, es de las más reconocidas en el mundo-, y en donde la confrontación de las ideas, de los programas de gobierno, es una parte fundamental.
Pero lo que pretende López Obrador no es la confrontación de las ideas, no es que los mandantes pongan a prueba las ofertas de los que intentan ser mandatarios, sobre todo ante otras alternativas, sino que le apuesta a la proclamación. El señor López Obrador reclama que sin más elementos que la fe en su credo, los ciudadanos decidan por él, quien es o pretende ser algo así como el elegido para sacar de la postración a los millones de mexicanos pobres. Esa apuesta, la de la proclamación, está más emparentada con una monarquía, con la autocracia, en donde el elegido, el rey, está por encima de la voluntad de los súbditos; en donde por mandato divino se da el gobierno.
AMLO se ha proclamado ganador de la contienda electoral, desde antes de que la propia contienda haya iniciado. Por eso defiende "de manera estratégica" su ventaja electoral, por eso se niega al debate, por eso monta conspiraciones y complots en toda encuesta que le resulta desfavorable, por eso considera que está en su contra todo aquel que no está con su causa. Se dice el elegido más allá de toda contienda electoral, por encima de toda confrontación de ideas y de programas. Y se dice perseguido por todo aquel que le cuestiona sus ideas y programas.
En la concepción "democrática" de AMLO no hay lugar para la comparación y confrontación de las ideas, de los programas y para otras alternativas de gobierno. Un ejemplo de ese mesianismo lo ofreció el propio López Obrador en una reciente visita a Campeche, en donde un grupo de periodistas locales le cuestionaron los métodos antidemocráticos que han adoptado las "redes ciudadanas" creadas en esa entidad y, sobre todo, la represión desatada contra los periodistas locales. En respuesta a los cuestionamientos por la antidemocracia del naciente grupo que "proclama" a AMLO, el candidato de la coalición Por el Bien de Todos les ofreció a los periodistas una breve disculpa, pero los invitó a "difundir mi palabra". Es decir, la fe lo justifica todo.
En la campaña de AMLO pueden caber los ex priístas más antidemocráticos, pueden convivir las prácticas más antidemocráticas, pero todo se justifica "por el proyecto", por "la palabra" del mesías. Ese iluminado que sólo respeta "la voz del pueblo", la "voz divina", más allá de toda concepción democrática. Pero resulta que la volatilidad del voto que tiene -o que tenía a AMLO en los cuernos de la luna- no es precisamente un voto que esté de acuerdo con la concepción monárquica o autocrática de López Obrador, y ese voto comienza a moverse hacia otras alternativas, como por ejemplo, la otra concepción emparentada con la muy cuestionable izquierda mexicana.
Mercado, el fenómeno
Y es que para un amplio sector de los votantes mexicanos, la ganadora del debate del pasado martes fue Patricia Mercado, la candidata presidencial de esa naciente empresa familiar que es el Partido Socialdemócrata y Campesino. Y en efecto, la señora Mercado resultó gananciosa en una suerte de reinado de los tuertos. Es decir, se cumplió el refranero popular en esa referencia que dice que "en la tierra de los ciegos el tuerto es rey". Y es que la señora Mercado fue conocida, en el debate, más allá de las marrullerías y las peleas de su partido.
Patricia Mercado se metió, en sus intervenciones en el debate, en ese rentable espacio del "México real". Habló de y para los grupos vulnerables -mujeres relegadas, perseguidas y asesinadas; homosexuales, prostitutas, drogadictos, rezagados y/o expulsados del llamado desarrollo. Pero sobre todo se dio a conocer -en una contienda en la que no era vista más que como parte de las disputas por la franquicia de un nuevo partido político- como una alternativa discursiva. En efecto, Patricia Mercado fue una novedad, no tanto por su discurso, sino por su aparición en la contienda y, especialmente, en las pantallas de televisión.
La señora Mercado capitalizó de manera eficiente y contundente -como no lo hizo ninguno de los otros presidenciales- el reflector del debate, a pesar del bajo rating del propio debate. Y los dos, tres o cuatro puntos porcentuales que sumó a su causa -lo que le dará sin duda el registro a esa nueva empresa familiar que es su partido político- son los votos que le arrancó a esa izquierda que, si bien no representa López Obrador, sí se identifica contra la derecha y contra el PRI. La izquierda en realidad nunca apareció en el debate.
La propia señora Mercado se presentó como la única alternativa de la izquierda mexicana en la contienda presidencial y, en efecto, fue capaz de "jalar" para su partido y para su causa el voto de los grupos vulnerables, esos a los que "por estrategia" tampoco se ha acercado AMLO y con los que -por supuesto- tampoco se ha comprometido el candidato de la alianza Por el Bien de Todos. Los sectores vulnerables han sido abandonados por la derecha, pero también les había dado la espalda la derecha. Y por eso el triunfo de la señora Mercado. Y también por eso el nivel ganancioso del candidato del PAN, de la derecha.
Calderón, ¿el ganador?
Y se puede cuestionar lo que se quiera, pero sí, a despecho de muchos enamorados de AMLO y de otros tantos defensores de Roberto Madrazo, el ganador de la contienda mediática que fue el debate, fue precisamente Felipe Calderón. Pero el candidato de la derecha no ganó tanto por lo que dijo, por sus propuestas bien estructuradas, por sus ideas programáticas. No, ganó porque para los espectadores del debate y para los potenciales electores no fue posible confrontar las ideas derechistas de Calderón con una propuesta de izquierda. ¿Qué quiere decir eso?
Es muy fácil, quiere decir que Calderón fue congruente con sus principios y su proyecto de derecha. La derecha mexicana, esa que representa Calderón, está emparentada con un importante sector del viejo PRI, sobre todo aquel ligado a lo que fueron los gobiernos de Salinas y Zedillo -y por eso la incorporación de Diódoro Carrasco y de Benjamín González Roaro, dos ex priístas derechistas y elbistas que se sumaron al proyecto de Calderón-, derecha que también tiene vínculos con esa dizque izquierda del PRD, en especial con esa derecha que AMLO ha sumado. Y los casos de políticos como Alfonso Durazo, entre muchos otros, al proyecto de AMLO son el mejor ejemplo.
Calderón ganó el debate, sin duda, no sólo por sus propuestas, no sólo por la congruencia de su oferta, sino porque no existió una propuesta y un proyecto de la izquierda que contrastara con lo dicho por Calderón en el debate. Y es precisamente ahí donde está el mayor error de AMLO. Resulta que al no acudir al debate, López Obrador le dejó el camino libre, franco a la derecha en el poder. Ese error estratégico se tradujo en un reclamo por no haber tenido la capacidad de contrarrestar la oferta de la derecha con una oferta de la izquierda real, que habría derribado las ilusiones no sólo del gobierno del "cambio", sino las propuestas de Calderón.
Pero López Obrador no fue al debate no sólo por las muy "sobadas" razones estratégicas, tampoco desistió acudir al debate por miedo a confrontar sus ideas de izquierda. No, no acudió porque sus propuestas son las mismas de la derecha. Y la mejor prueba de ello es que el día después del debate, AMLO dijo que los debatientes, de manera especial los del PAN y del PRI, le habrían arrebatado sus propuestas. ¿Cuáles propuestas le arrebataron? ¿Las propuestas de la derecha? Nos guste o no, en el debate sólo estuvieron a la vista de todos, de los electores, las propuestas de la derecha, el "más de lo mismo" del gobierno de Fox.
Pero los potenciales electores que le dieron el triunfo a Calderón se movieron en esa dirección -la de dar por ganador a Felipe Calderón-, no porque haya sido el mejor, sino porque fue el único que apareció en la contienda. Ese fue el error, el gran error de AMLO.
En el fondo la ausencia de AMLO en el debate del pasado martes se puede comparar con la retirada de Diego Fernández de Cevallos de la contienda electoral de 1994, luego de que le ganó el primer debate a Ernesto Zedillo -otro priísta de derecha-, que era el representante de esa derecha incrustada en el PRI y que reclamó el "derecho de piso" en la política mexicana. Si en 1994 se retiró El Jefe Diego de la contienda presidencial -por razones estratégicas de la derecha mexicana-, en 2006 López Obrador se retiró del debate porque la derecha institucional tiene mejores argumentos que la derecha incrustada en el PRD, lo cual, nos guste o no, es una derecha que asaltó al partido que se dice de la izquierda institucional.
El PRI, el perdedor
Y en esa lucha, el gran perdedor no fue otro sino el PRI de Roberto Madrazo. Pero es claro para todos que perdió Madrazo, pero el verdadero perdedor fue el PRI, en tanto instituto político que se dice y tiene una fuerza nacional. El PRI se ha convertido en el partido que ha nutrido de sus hombres y mujeres -no los mejores hombres y las mejores mujeres-, sino a los más oportunistas, que ocupan los mejores lugares del PRD y del PAN. Se acepte o no, el nuevo y real jefe del PRI -que no es otro que Madrazo- vivió uno de sus peores momentos en el debate, pero en cambio el PRI ha vivido sus mejores tiempos, los de nutrir a todo el sistema político, a la derecha y a la izquierda, de su cultura, de sus cuadros, de sus mañas.
Todos los que presenciaron el debate vieron a un Roberto Madrazo que no era Roberto Madrazo. En las pantallas apareció un candidato presidencial nervioso, pegado a sus notas, a los consejos de sus operadores y de sus consejeros de imagen política. Si Madrazo hubiese sido el hombre que se enfrentó a Zedillo, que dijo "no" a los acuerdos cupulares del PRI de antaño, si se habría presentado como el retador del viejo sistema, otra habría sido la historia no sólo de Madrazo, sino de su partido y de su pretensión presidencial.
Y es que Madrazo se enfrentó no a Calderón y menos a Patricia Mercado, se enfrentó a otro priísta, a su tocayo, Roberto Campa, el habilidoso e inteligente ex priísta que jugó con dados cargados -dados cargados a favor de Felipe Calderón-, y que derribaron a Madrazo. Todos saben que Madrazo es casi la representación en la tierra de lo más cuestionable en el cielo, y Campa lo demostró. Y en ese lance mandó a la lona a Madrazo. Y ese golpe fue definitivo. Roberto Campa, nos guste o no, también fue un ganador. Y tendrá el registro de su partido, el Panal, y si no, al tiempo.

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