sábado, abril 15, 2006

Lo que el tricolor ya no fue


La derrota del PRI en la elec-ción presidencial de 2000 culminó un proceso de deterioro que se había venido acumulando durante varias décadas. Unos ubican la esencia de ese deterioro en el fracaso de los gobiernos de Echeverría y López Portillo, que descarrilaron al país, pues recurrieron a estrategias económicas populistas que desembocaron en la debacle financiera y política que potenció la estatización de la banca en 1982. Otros lo explican a partir de la orientación ideológica y el desempeño de las administraciones que buscaron corregir el desarreglo nacional a partir de 1983, esto es, los sexenios de los presidentes de la Madrid, Salinas y Zedillo.
Para muchos, esa derrota electoral representaba el final de dicho partido político, que condujo al país durante más de siete décadas, transitando por etapas brillantes, mediocres y otras francamente lamentables. Por contra para otros, entre los que me incluyo, ese sacudimiento debería detonar un periodo de verdadera renovación del PRI, capaz de recuperarlo como el partido que liderara una movilización política aglutinadora de individuos y corrientes con una visión liberal, democrática y progresista en lo social; para ellos, el PRI debió evolucionar hacia la versión mexicana de una socialdemocracia moderna, como la de España desde que Felipe González perfiló su proyecto de gobierno hacia mediados de los 80.
Para sectores del priísmo, ese proyecto representaba la oportunidad de preservar los principios liberales de la filosofía política de mediados del siglo XIX, la vocación democrática afianzada con la elección de 2000, así como el ideario social producto de la Revolución Mexicana, aun en un contexto donde dominaba un conservadurismo renovado, que representaron Thatcher en el Reino Unido y Reagan en Estados Unidos. El planteamiento era, "si España pudo, ¿por qué México no?".
Se manifestaron dos visiones que reflejaban una escisión muy profunda entre el priísmo: quienes visualizaban la derrota como una oportunidad para el avance político y social, y quienes se plantearon como prioridad recoger los retazos del aparato priísta, a fin de recuperar el poder sin saber para qué. Lo que se ha vivido en el PRI desde entonces es una secuela de manifestaciones de esa división, que hasta ahora no ha sido superada.
Durante el periodo inmediato posterior a la derrota, los liderazgos del PRI definieron, con razón, que lo más urgente era preservar su unidad, hasta donde fuera posible, y llegar juntos a una Asamblea Nacional que permitiera, primero, una verdadera catarsis; segundo, recuperar y actualizar el ideario liberal, democrático y progresista del PRI; y, tercero, lanzar una nueva plataforma que, de frente al electorado y a la sociedad en general, reposicionara a ese partido como adalid de una visión liberal, social y democrática moderna para la transformación de México, hacia una nueva prosperidad con mayor equidad. Sin embargo, dicha unidad se preservó más en apariencia que en sustancia; en todo caso, con la 18 Asamblea Nacional se inició un proceso gradual de desintegración del frente amplio que representó el PRI hasta entonces. El "agandalle" de dicha Asamblea por los grupos más porriles cerró la puerta a cualquier entendimiento.
La oportunidad para renovarse se canceló debido a la lucha por la presidencia del PRI. La máxima de "las ideas primero" fue aplastada por la de "controlar primero y definir después". A partir de entonces, Roberto Madrazo y sus "seguidores" se apoderaron del PRI en una manchada "victoria" sobre Beatriz Paredes. Ese Comité Ejecutivo Nacional empujó a dicho partido en diversas direcciones, que sólo aceleraron su deterioro. Ese periodo se define por dos características: su actitud excluyente hacia quienes no se rendían incondicionalmente a la voluntad de su liderazgo; y, la absoluta falta de capacidad para definir un proyecto ideológico alternativo, que se nutriera de lo mejor de la experiencia del PRI, reconociera y tomara en cuenta sus errores, y adoptara el entorno de globalización como una oportunidad para el PRI y para el país, no como una amenaza. En el mejor de los casos, hoy el PRI participa como un partido más en escaramuzas con otros en materia de ideas, plataforma, organización, democracia partidista y cuadros. Lo inimaginable sucedió. Paso a paso ese partido perdió sus ventajas en todo el espectro de atributos, en especial de un partido que había tenido la habilidad para gobernar a México, con altibajos incuestionables, durante más de 70 años.
¿Dónde quedó el PRI? Su identidad liberal desdibujada, ya que en la defensa de la libertad del individuo y de los derechos humanos fue superado por otros movimientos y partidos. Su visión de un Estado laico, con una educación gratuita y sin ingerencia religiosa para todos frustrada, por su falta de propuesta acerca de la aplastante burocracia y centralismo de la SEP y la resistencia al cambio de sus sindicatos. Su política social desorientada y sin fuerza, por no plantear alternativa a una política fiscal que confundió la disciplina con el debilitamiento estructural del Estado, que ahora es escuálido y no puede aspirar a proyectos sociales moral y políticamente impostergables. Su credibilidad como partido impulsor de gobiernos fuertes extinta, a raíz de su falta de proyecto en materia de reforma fiscal y su titubeante actitud frente a los excesivos y paralizantes controles que se imponen a dependencias y funcionarios públicos. Su defensa del federalismo sin rumbo, pues en vez de promover nuevas soluciones, sus gobernadores se sometieron a la rebatinga de participaciones federales y a mejorar su posicionamiento político personal. Su convicción en favor de una economía de mercado con mejor Estado desacreditada, ya que como oposición se plegó a intereses específicos de grupos y organizaciones monopólicas y oligopólicas. Su planteamiento de procurar una seguridad social amplia, financieramente viable, vencida, por la resistencia de sindicatos que crecieron bajo su cobijo, como lo mostró el del IMSS ante la propuesta de racionalizar las pensiones para futuros trabajadores. En soberanía y política exterior, el PRI se ha conformado con reiterar los principios de la Constitución, sin mostrar capacidad para desdoblarlos hacia una propuesta más acorde con las circunstancias de México. Su imagen de corrupción permanece inalterada.
¿Qué aprendió el PRI en estos seis años como oposición? Poco o nada, sobre todo si se considera su capacidad para renovarse. Haber perdido la oportunidad para evolucionar hacia una visión socialdemócrata moderna será uno de los grandes reclamos que le hará la historia. En las listas de candidatos no se encuentra un núcleo mínimo que pudiera convertirse en el germen de esa nueva visión. Como organización política ha bajado sus miras, entrampado en discutir mediocridades, en vez de armar un proyecto para superar el de Ricardo Lagos, o mejorar el de Felipe González.

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