Dentro del PRI, hay una corriente de opinión que coincide con Andrés Manuel López Obrador en que la elección del 2 de julio estuvo marcada por el fraude. Piensan que en efecto, ese gobierno federal del tan vituperado Vicente Fox, al final resultó ser muy sofisticado y les ganó la elección con imaginación y dinero. Afirman que hicieron lo que el PRI hacía antaño, mapeando al país, analizando en dónde no habría representantes de otros partidos para apoderarse de las casillas y colocar en sus urnas los famosos "tacos", o comprando de plano a los representantes de otros partidos para hacer lo mismo. En suma, que les aplicaron lo que ellos hacían en el pasado, aprovechándose de un marco legal diseñado por los abogados del viejo régimen para hacer sumamente tortuoso, para el PAN o el PRD, poder llegar a demostrar la ilegalidad de un proceso.
Hasta este momento, ni el PRI ni el PRD han podido demostrar que el cúmulo de irregularidades en la elección sea tan grande que habría motivos legales para anular la elección. Hay indicios, pero en porcentajes menores. Hay sospechas, magnificadas por la retórica política y los medios. Hay numerosas verosimilitudes, pero escasas verdades. Hay mucho dolor en los que se sienten perdedores -los priístas-, estrategia entre quienes piensan pueden ir por ese camino -los perredistas-, y un inexplicable triunfalismo entre los que se sienten ganadores -los panistas-, que en su conjunto lo único que hacen es polarizar aún más a segmentos de la sociedad con las reflexiones cruzadas y las conclusiones confusas.
Un caso documentado de este desequilibrio analítico lo aporta la diputada priísta Martha Palafox, candidata al Senado por Tlaxcala y quien, a petición de la campaña de Roberto Madrazo, realizó un estudio pormenorizado de las actas de la elección para la Cámara Alta. Para ella no hay duda. Después de encontrar 317 actas con inconsistencias numéricas "considerables", en particular en cuanto a boletas recibidas y votos emitidos, dos hipótesis cobran enorme sentido: probablemente hubo actas apócrifas y las verdaderas no se exhibieron, y hubo una enorme cantidad de boletas en poder del PAN y del PRD que les permitió "el relleno de urnas, con la complacencia de los responsables de las casillas del PRI".
En Tlaxcala, el PRI perdió todo. La Presidencial, donde López Obrador ganó con 43.96% de la votación; la del Senado, donde el PRD se elevó con la victoria gracias a 39.35% de la votación; y para la Cámara de Diputados, donde el PAN apenas le sacó una ventaja de 1.28% al PRD. En las competencias legislativas, PRD y PAN casi duplicaron los votos del PRI, y en la Presidencial, López Obrador casi triplicó el total de sufragios para Madrazo. Aunque en el análisis de la diputada Palafox hubo "serias irregularidades" en 25.2% de las casillas, la diferencia de votos del PRI frente a sus adversarios hacen casi imposible que aún si se impugnaran con toda la documentación legal -lo que no hicieron-, se diera vuelta al resultado. De alguna manera, la representante priísta lo admite al afirmar que lo que experimentaron fue "la confabulación de todos en una especie de conjura a nivel nacional en contra de Roberto Madrazo y de los candidatos al Senado y diputados federales del PRI en Tlaxcala".
En la minuta a la campaña de Madrazo, la diputada Palafox explicó la dinámica que siguieron el partido y varios actores políticos en Tlaxcala, que apoya su hipótesis de "la confabulación de todos".
Primero se refirió a "la total descoordinación" en las tareas del PRI, donde el plan de campaña del Consejo Directivo Estatal (CDE) del partido "no contó con un diagnóstico claro y certero que permitiera el diseño estratégico de ´rutas críticas´ donde la votación tradicionalmente nos ha favorecido". Aseguró que nunca supieron quiénes los iban a representar en las casillas, pese a que se solicitó reiteradamente al PRI.
Después insistió que al no permitirles el CDE contar con las actas en forma oportuna, no pudieron impugnar la votación en tiempo y forma. Para añadir a la conjura mediante "tácticas dilatorias", como las describe, no sólo el delegado del PRI en el estado, Gonzalo Rodríguez Anaya, se desapareció de la entidad desde el mismo 2 de julio, sino que integrantes del CDE, como Joel Molina Ramírez, "ya pasaron a formar parte de la nómina del gobernador, éste como asesor". El gobernador es Héctor Ortiz, un ex priísta muy cercano a Beatriz Paredes, ex gobernadora de Tlaxcala y candidata del PRI al gobierno del Distrito Federal, que obtuvo el Ejecutivo estatal compitiendo por el PAN.
El factor Paredes volvió a resurgir en Tlaxcala. En la minuta, la diputada Palafox dijo que constataron "un comportamiento raro" de los presidentes municipales priístas de Santa Ana Chiautempan, Linda Marina Munive Temoltzín, Huamantla, Eduardo Bretón Escamilla, y Tlaxcala, Benito Hernández Hernández, aunque no precisó a qué se refería. No así en el señalamiento de Víctor Estrada Guevara, coordinador del grupo de apoyo de Paredes en su campaña en el DF, y quien desde una semana antes de la elección, ayudado por diputados y presidentes municipales cuando ella fue gobernadora, "trabajaron a favor del PAN".
La "confabulación" descrita no quedó ahí. Si la falta de información a los candidatos del PRI en materia de representantes de casilla y generales fue importante, la ausencia de estructura de movilización y recursos fue crítica. En este capítulo, la diputada Palafox señaló que el "padrino" de Tlaxcala que iba a ser el gobernador de Sonora Eduardo Bours, simplemente estuvo desaparecido. Para esta elección, los gobernadores priístas con mayores recursos tuvieron asignados estados donde gobernaba otro partido, como sucedió con Bours, quien a decir de la legisladora, su enlace para el estado, con el nativo de la entidad, el senador Mariano González, nunca estableció correspondencia. Inclusive, "sólo" hasta un día antes de la elección llegó la ayuda a los municipios: 300 pesos a cada uno.
La crónica electoral que es la minuta de la diputada Palafox, permite recrear la debacle de Madrazo y del PRI, como un botón de muestra que se repitió en varias entidades. La maquinaria electoral se desbieló, y el responsable, César Augusto Santiago, fue engañado o engañó. Para el caso es lo mismo. Su fracaso fue el de Madrazo y el PRI, y la historia de lo que les sucedió el 2 de julio puede ser visto a través de la microhistoria en Tlaxcala, una entidad donde, si uno sacude la amargura de la diputada Palafox en su narración, muestra no el ejemplo de un gran fraude electoral, sino la maquinación de la traición muy eficiente que los hundió, con sabotajes desde el interior del partido que aprovecharon que en los altos mandos de la campaña tampoco quisieron aceptar, a lo largo de los meses que, parafraseando a Hamlet, algo podrido había en Insurgentes.
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