domingo, diciembre 31, 2006

El libano tiene derecho de existir

A lo largo de la historia muchos pequeños estados han tenido un destino melancólico, por encontrarse atrapados entre poderosos vecinos rivales, por ser la víctima de algún imperialismo o de su situación geográfica que hace de ellos un puente, un crucero, una base comercial o cultural deseable. Líbano, desde una independencia que tiene menos de 70 años, ha batallado duramente para sobrevivir. Sujeto del derecho internacional, miembro de las Naciones Unidas, ha sido golpeado sin misericordia por sus dos vecinos inmediatos, Siria e Israel, y ha servido de rehén, de colchón, de campo de batalla en el cual muchos adversarios lejanos y cercanos se enfrentan por personas interpuestas.

La guerra que Israel desató en el verano pasado en Líbano contra sus enemigos sirios e iraníes es el episodio más reciente de una tragedia que ha enfrentado durante muchos años a los libaneses en una terrible guerra civil. El asesinato del ministro Pierre Gemayel en noviembre, último de una serie de homicidios que se atribuyen a Siria, sitúa de nuevo a Líbano a un paso del abismo.

La ofensiva israelí, su fracaso y el reforzamiento consecuente de Hezbolá, el "Partido de Dios" chiíta, apadrinado por Irán y dueño del sur del país, luego el asesinato de Gemayel, todo esto puede llevar a la destrucción del país, un país que muchos están dispuestos alegremente a sacrificar. Hace 30 años, en Occidente hubo estrategas para entregar Líbano a los palestinos de Yasser Arafat que habían encontrado en el país del cedro un refugio generoso; sacrificar a Líbano y conseguir la paz para Israel, tal era el cálculo.

Poco importaba este pequeño oasis de paz y de fraternidad, que planteaba a EU (y a Europa) un problema irresoluble: conservar la amistad de los árabes (con su petróleo) y defender a Israel. Hace 20, 25 años, se intentó otra jugada, sobre el cuerpo social de Líbano otra vez, con un cambio en la víctima: ya no se sacrificaba a los cristianos, sino a los palestinos y, en dos momentos sucesivos, dos ejércitos extranjeros invadieron y se repartieron Líbano, el sirio y el israelí. Tsahal se quedó casi 20 años en el sur, y el ejército sirio se quedó hasta el 2005, en espera de la primera oportunidad para regresar, puesto que Damasco jamás aceptó la existencia de un Estado libanés independiente.

Hoy, la pregunta es saber si EU va a devolver Líbano a Siria para calmar las tensiones en la región y ganar una salida no demasiado desastrosa de Irak. Damasco y sus aliados, Irán en especial, cuya influencia crece a toda velocidad en el Medio Oriente, lo piensan. Algunos analistas dicen que atribuir toda la responsabilidad de las desgracias de Líbano a Israel, Siria e Irán es, si no un error, una exageración, y que los primeros culpables son los propios libaneses.

Según esa hipótesis, ellos han sido y son incapaces de construir un Estado, no merecen ser independientes y tienen que volver a su estatuto anterior de protectorado sirio (hasta 2005, pero el presidente actual e ilegítimo Lahud es el pelele de Damasco), el mismo heredero del protectorado francés (1918-1943), a su vez heredero del imperio otomano. Y de fortalecer su discurso con el argumento histórico clásico: a lo largo de 5 mil años de historia, los libaneses (y sus antepasados que llevaron muchos nombres) jamás han formado un Estado y el que nació al calor de la Segunda Guerra Mundial fue una creación del imperialismo anglosajón que desmantelaba el imperio colonial francés.

En ese esquema, los cristianos libaneses, casi la mitad de la población en aquel entonces, apenas la tercera parte hoy, habrían sido -dicen ellos, yo no- esquiroles, lacayos del imperialismo en turno. Esa última acusación no tiene ninguna base histórica, pero quien quiere ahogar a su perro dice que tiene rabia.

Lo indudable es que el país, mosaico de religiones y comunidades, con todas las variedades de cristianos y musulmanes, hasta con una pequeña comunidad judía remanente, es una caja de resonancia regional e internacional. Líbano carga con el fardo de una historia marcada por varias guerras entre Israel y los países árabes, por una sangría palestina permanente, por un terrorismo engendrado por la misma sangría y, más recientemente, por el desastre iraquí, el debilitamiento relativo de Siria y el resurgimiento de Irán como gran potencia regional, con o sin bomba nuclear.

Las vacilaciones estadounidenses, sus cambios de línea y de estrategia -si es que la tienen-, sus "patadas de ahogado", no hacen sino agravar la situación. En ese contexto, Hezbolá es a la vez un actor nacional libanés y un peón al servicio de Damasco y de Teherán. Puede ser admirado por haber derrotado, si no militarmente, al menos sicológicamente, a Israel, y detestado porque hace el juego de una Siria que quiere recuperar totalmente un Líbano que no se ha liberado de los temibles servicios de seguridad sirios.

México ha integrado desde hace más de un siglo una numerosa migración libanesa que, sin olvidar nunca sus raíces y parientes, se ha mexicanizado y ha enriquecido a nuestro país. México no puede hacer mucho en el escenario internacional para ayudar a Líbano pero los mexicanos debemos sentirnos solidarios con esa nación hermana. Nuestros amigos libaneses se enfrentan al reto de construir un verdadero Estado, contra tirios y troyanos que los quieren conquistar o vender.

En ese sentido nuestra simpatía va para los hombres y las mujeres de la "Primavera de Beirut", que luchan para escapar a la doble maldición de los enemigos del exterior y de las disensiones internas. Los libaneses lo podrían hacer, muchos quieren lograrlo, pero ¿Irán y EU, Israel y Siria, les permitirán intentarlo, les darán el tiempo necesario? Si desaparece Líbano, será un mal agüero para toda la región del Medio Oriente.

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