lunes, diciembre 25, 2006

Las altas expectativas

La primera acción de política exterior que realizó Felipe Calderón como presidente electo fue una gira por América Latina. Era una señal, decía su estratega internacionalista, para retomar una relación maltratada durante el foxismo. La segunda será en enero, cuando viaje a El Salvador y a Nicaragua para la toma de posesión de Daniel Ortega. Los latinoamericanos han visto con muy buenos ojos estas iniciativas, pero la prudencia es un buen contrapeso para el entusiasmo original. Farol de la calle, señales contradictorias en casa. Dos nombramientos han regresado el desconsuelo.

El más controvertido es el de Gerónimo Gutiérrez, quien fue designado como subsecretario de Relaciones Exteriores para América Latina, después de que durante el periodo de Luis Ernesto Derbez como canciller foxista, estuvo encargado de las relaciones con América del Norte. No pudo haber caído más mal ese nombramiento debido, precisamente, a los antecedentes de Gutiérrez.

Durante su gestión previa, Gutiérrez se convirtió en un serio promotor de una especie de gobierno metaconstitucional con Estados Unidos y Canadá, a través de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), que permitiría agilizar el comercio regional dentro de los parámetros de seguridad derivados del 11 de septiembre. Todos los ajustes en las leyes y regulaciones para ponerlo en marcha quedaron salvados de supervisión legislativa y llevada al terreno de la decisión única y exclusivamente ejecutiva.

La gran apuesta a la integración del perímetro de seguridad norteamericano que condujo más allá de los límites políticos aceptables para la soberanía nacional es lo que tiene desconcertados, escépticos y hasta molestos a un número considerable de diplomáticos latinoamericanos en México.

En el nuevo subsecretario para la región ven no a quien pueda desplegar una nueva diplomacia de acercamiento con el hemisferio sur, sino a un enemigo en potencia. Gutiérrez no es visto como el garante de la nueva fase de relaciones con América Latina que ofrecía el presidente Calderón, sino como una cabeza de playa de sus enemigos naturales: Estados Unidos. Gutiérrez es percibido como una persona que fue utilizada por la secretaria de Estado, Condolezza Rice, quien hizo de lado una política hacia la región y usó al mexicano para fines domésticos.

En la cancillería mexicana ven con desconfianza a Gutiérrez porque consideran algunos diplomáticos que por hacerle servicios políticos a Rice se perdieron oportunidades para impulsar la reforma migratoria. El ejemplo que han señalado es que por petición de Rice al gobierno mexicano a través de Gutiérrez -o con el compromiso de él de hacerlo cumplir-, el ex presidente Vicente Fox no contrató los servicios de una agencia de cabildeo en Estados Unidos para ayudarles a sensibilizar al Congreso de la necesidad de una reforma migratoria integral y de las ventajas que podrían obtener los estadounidenses de ella. Rice le pidió a Gutiérrez que no contrataran a ninguna, dijo un diplomático que conoce los entretelones del tema, y que dejaran a la Casa Blanca que se ocupara del cabildeo.

El resultado fue que la reforma migratoria se convirtió en una herramienta electoral para fines exclusivamente internos en Estados Unidos, sin que a la administración Bush le interesara realmente obtener resultados de corto o mediano plazo que pudieran tener algún beneficio para los mexicanos. México perdió el momento para llevar adelante algunas partes de la reforma migratoria, al dejar que los políticos estadounidenses dirimieran sus apoyos electorales con los mexicanos indocumentados.

Pero si los latinoamericanos ven con profunda desconfianza a Gutiérrez, la llegada de Cecilia Romero como comisionada del Instituto Nacional de Migración les causa alarma. Esa dependencia que pertenece a la Secretaría de Gobernación es la responsable de manejar la política de refugiados, que aunque muy maltrecha en los últimos años, jamás había sido puesta en manos de una persona tan profundamente ideologizada y con un potencial de destrucción tan elevado.

La señora Romero es la esposa de Federico Müggenburg, el ideólogo de El Yunque, la organización de extrema derecha que ha dominado al gobierno en los seis últimos años. Aguerrida militante del PAN, ha estado involucrada por años en asuntos internacionales, con beligerancia contra todos aquellos regímenes que no entran en su perfil ideológico y generado conflictos diplomáticos como por ejemplo con Cuba, que es la nación que pudiendo redefinir el rumbo de la política exterior calderonista, ha sido relegada por el Presidente debido a las presiones internas de los panistas.

La señora Romero participa en la corriente inflamatoria del presidente del PAN, Manuel Espino, quien recientemente generó rispidez con Venezuela y nuevas tensiones diplomáticas entre Caracas y México con sus declaraciones intervencionistas en el reciente proceso electoral en aquella nación. Enemiga rabiosa de la izquierda latinoamericana, que ha hecho importantes avances electorales en los últimos años, también es opositora frontal de posiciones progresistas y socialdemócratas.

Con ella no hay duda. Por su carácter y estilo, las políticas migratorias contra los indocumentados serán reforzadas a palos -aunque le han quitado el control policial-, lo que generará tensiones no sólo con los centroamericanos que buscarán trato humano para sus ciudadanos, sino con los brasileños -cuya cancillería es enemiga histórica de la mexicana-, que han generado la nueva corriente migratoria hacia el norte, a través de la frontera con Texas.

Dureza contra los latinoamericanos y entreguismo ante Washington son las señales cruzadas que mandó Calderón a América Latina, donde tendría que estar reedificando el andamiaje que desde el gobierno de Carlos Salinas se comenzó a desmantelar. Pero si Romero es una enemiga abierta y declarada, Gutiérrez es un personaje desacreditado en esa parte del hemisferio.

El mensaje calderonista a la región es que el discurso latinoamericanista no termina de ser una retórica frente a la coyuntura electoral y su estrategia para legitimarse con acciones. Pero para efectos de la real politik, la dupla designada que verá los asuntos regionales representa una política de matracas sin sentido para lo que decía el Presidente que deseaba: una nueva era de relaciones con América Latina.

No hay señales salvo las epidérmicas con los países en toda el área, que tendrá que seguir esperando un nuevo despertar mexicano, pues las personas clave para relanzar las relaciones con toda la región están lejos de ser las idóneas para restaurarlas y reconstruirlas, y no eliminan la suspicacia que, en el fondo del corazón de este gobierno, en realidad lo que se quiere seguir haciendo es el trabajo sucio a Washington.

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