viernes, diciembre 08, 2006

Estacionados en la corrupción

Los mexicanos seguimos percibiéndonos como un país de corruptos. Es más, de acuerdo con el Barómetro Global 2006, publicado por Transparencia Internacional (TI), pensamos que la policía, los partidos políticos, el gobierno y el sector empresarial -en ese orden- son altamente deshonestos y realizan prácticas ilegales para obtener beneficios. El dato es lamentable, por lo que refleja en niveles de desconfianza y porque muchas veces resulta de la experiencia en carne propia.

A lo largo de un par de años, en el indicador mundial de transparencia, que no es sino un índice para medir percepciones en cuanto a la corrupción imperante, México se ha estacionado como uno de los países donde los ciudadanos desconfían más de sus policías -4.5 de un índice donde 5 es el máximo rechazo.

Tampoco les va bien al gobierno en general y a los partidos políticos en particular, que reciben una calificación de 4.4 con el mismo parámetro.

Justo al iniciarse el sexenio las promesas como las del nuevo procurador Eduardo Medina-Mora, al tomar posesión ayer, asegurando que "no habrá espacio para la corrupción", caen en oídos sordos en casi la mitad de la población porque estadísticamente cree que el gobierno no sólo no lucha sino fomenta el fenómeno de la corrupción que arroja repercusiones negativas en tantos campos de la vida de la República.

No es un asunto de cruzadas morales, ni de renovaciones sexenales, sino de algo que ya tiene la capacidad de impactar en la seguridad nacional, al corroer las bases mismas de la convivencia entre mexicanos.

Organizaciones nacionales e internacionales cada vez con más frecuencia alertan de los peligros de ingobernabilidad derivados de la corrupción extendida en ámbitos públicos y privados.

No en balde el Banco Mundial tiene entre una de sus grandes preocupaciones, no sólo en México sino en el mundo, el combate a la corrupción, porque sus estudios demuestran que en la medida en que un país permite las ilegalidades el resultado es carencia de recursos para programas sociales y encarecimiento del costo para invertir y hacer negocios.

El descrédito en el que están los partidos políticos con el travestismo de sus representantes saltando entre siglas partidistas, según convenga a sus intereses, el uso de las manos y la fuerza bruta para conseguir espacios que no logran en la argumentación, abona a la mala imagen que se tiene de la actividad pública.

La prevalecencia de espacios fuera de la ley cada vez más grandes y la sospecha extendida de que sólo es rico quien participa de pactos ilícitos, y no quien trabaja y emprende, sólo pueden conducirnos al debilitamiento del Estado.

No es una buena noticia para la gobernabilidad democrática que los mexicanos nos reprobemos a nosotros mismos, que seamos un pueblo desconfiado de nuestras autoridades y de nuestros vecinos; claro que alguien puede decir que esto no es sino una descripción realista del país. ¡Qué triste!

O saneamos el tejido social y salimos del cinismo de que "el que no tranza no avanza" o nuestras calificaciones en transparencia seguirán siendo vergonzosas.

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