Empezando por la tradicional ceremonia de los babalao cubanos, y pasando por toda suerte de astrología-necromancia, los analistas políticos mexicanos echan su suerte para el año nuevo y, arrastrados por la curiosidad natural del voyeur racional, predicen el futuro. Especialmente en torno de todo lo que se mueve de ahora y hasta las elecciones del 2 de julio de 2006.
Ante ese, reitero, natural instinto por predecir lo que vendrá, quizá como un deseo de conservación ante la incertidumbre, se quiere declarar, desde ahora, los vencidos y vencedores. Sin querer pasarme de preclaro, declaro, a la usanza del IFE, que no es posible esa hazaña. Son demasiados los factores involucrados, incluso los subjetivos, como para permitirse el lujo de meterlos todos en la computadora, y terminar sabiendo lo que sucederá.
Es posible, eso sí, especular y permitirse el lujo de declararse partidario de algún candidato. Pero definir quién ganará, no.
Una de las razones de ello es que la elección de julio será un fenómeno insólito e inusual en la historia de nuestro país. Por primera vez, quizá desde 1911, se realizará una elección presidencial dentro de un marco legal, institucional y político que pudiera considerarse de cierta "normalidad democrática". Ni la elección de 2000 se desarrolló en este contexto. Esta fue una elección en la que se confirmó la fractura, y carencia de legitimidad, del régimen de partido hegemónico, pero no fue una elección libre. Los recursos públicos se utilizaron a manos llenas (verbigracia el Pemexgate) y el corporativismo se empleó a fondo, a partir de las oficinas públicas. Ese mismo método se empleó en las elecciones recientes del estado de México, y las internas del PRD en el Distrito Federal supuraron el fétido olor a aparato público y recursos públicos.
Pero, a pesar de ello, el hecho es que las elecciones estatales y federales en México han empezado a verse más respetuosas de la auténtica voluntad popular. Y de eso se trata, justamente. De que las elecciones aseguren que la voluntad popular sea plenamente expresada, y respetada.
El hecho de realizar elecciones en el marco de normalidad democrática es la única manera de asegurar que esa voluntad popular sea plenamente respetada. Y normalidad democrática implica que habrá una competencia en la que todos los candidatos podrán expresar su opinión y hacer públicas sus propuestas, sin cortapisas. ¿Existe la desigualdad en las competencias electorales? Por supuesto que sí. ¿Quién puede pensar que el PRI, por ejemplo, haya perdido todo su atractivo para sectores importantes de la sociedad y, por tanto, su capacidad de atracción electoral, o de apoyo financiero? ¿Quién duda de que el PAN, por el simple hecho de ocupar el Ejecutivo federal, tendrá un atractivo especial para quienes han recibido beneficios de la actual administración? Lo mismo acontece con el PRD, y su administración en el Distrito Federal. Lo que resulta insondable saber es si esas ventajas particulares de cada quien realmente contará a su favor y, por tanto, resultará lo suficientemente importante como para dar la ventaja en la carrera por ganar la Presidencia de la República.
Estos múltiples avatares políticos, circunstanciales algunos, estructurales otros, serán, en su conjunto y por separado, los elementos que finalmente definirán los resultados de julio de 2006.
Serán seis largos meses, en los que habrán de darse muchos fenómenos políticos particulares. Esos elementos influirán grandemente sobre el sentimiento electoral de la mayoría de votantes. El desempeño de los candidatos también. Por todo ello, asegurar que, por ejemplo, hay un sentimiento de izquierda en América Latina, argumento reforzado por la victoria electoral de Evo Morales en Bolivia, es perder el hilo del argumento, por algo circunstancial. No existe un sentimiento "de izquierda" en América Latina. Hay hartazgos reales, especialmente en América del Sur, con propuestas económicas que no resuelven los problemas de pobreza y hay una notoria irritabilidad con el abandono que Estados Unidos ha hecho de la zona.
Pero México, por ejemplo, es otra cosa. Su relación con el país del norte, que siempre se mueve entre el encanto, el rechazo y aterriza en la perplejidad, tiene que ver directamente con los millones de mexicanos que viven allá y sus remesas de 20 mil millones de dólares al año. Esto hace que el antiamericanismo es sólo un aspecto, diría cada vez menor, de nuestra relación con Estados Unidos.
Finalmente, en nuestro país, como en todos los países que practican elecciones libres, la última decisión la toma la mayoría de los electores, en el momento en que entran a la casilla para votar. Millones de votos se deciden en ese momento. Por ello la alta volatilidad de los resultados y la necesidad de las encuestas de salida a boca de urna. De no ser así, se pensaría que con las encuestas se sabría el resultado electoral, y no es así en la situación actual de México. Justamente una de las expresiones más importantes de la primera elección a realizarse en normalidad democrática es el factor sorpresa.
Sorpresa por lo que pudiera suceder, ser dado a conocer o sólo por lo que pudiera determinar, en última instancia, la preferencia mayoritaria de los electores libres.
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