El nos ha dicho que el cristianismo no es una religión universal, que está preso de su cultura europea y que la mejor prueba de eso era su incapacidad de penetrar en Asia. Los ejemplos de Japón y China venían a confirmar esa tesis. En el caso de Japón se olvida que a finales del siglo XVI se desarrolló una poderosa cristiandad japonesa. Fue erradicada, exterminada a principios del siglo XVII con tal ferocidad que los historiadores japoneses hablan de 180 mil muertos, lo cual deja en ridículo a Nerón, lo que rebasa la terrible persecución soviética que hizo 100 mil mártires entre 1919 y 1939.
En Corea los cristianos forman ya la mayoría de la población, lo cual desmonta la tesis de la imposibilidad cultural para el cristianismo de entrar en Asia; Vietnam tiene 6 millones de católicos (7% de la población) y no sabemos cuántos protestantes. Hace poco 57 sacerdotes han sido ordenados en Hanoi en la plaza frente a la catedral, en presencia de miles de fieles. En este país todavía comunista, seis seminarios han abierto sus puertas en los últimos años y tienen que rechazar los candidatos que son demasiado numerosos.
Esa mejoría de la situación es relativa pero persistente. "Los católicos vietnamitas son libres como es libre el pájaro en su jaula. Pero la jaula crece", y si el Estado ejerce un control estricto, hace lo mismo para con la Iglesia budista unificada. Recientemente ha permitido la creación de una nueva diócesis, con la bendición del primer ministro Phan Van Khai. En Vietnam el cristianismo es vietnamita, de la misma manera que es coreano en Corea.
En China continental las cosas son más complicadas, pero hay 70 millones de cristianos. Oficialmente la Iglesia "patriótica", controlada por el gobierno y durante mucho tiempo considerada como cismática por Roma, nombra a los obispos, pero las cosas están cambiando. La tolerancia religiosa es la última novedad: después de la apertura económica, la apertura espiritual.
Deshielo en Pekín y también en Roma, puesto que Benedicto XVI invitó a Roma en el pasado mes de octubre, a los obispos de la Iglesia patriótica, para el sínodo mundial, algo impensable hace algunos años. Como siempre, política y religión se cruzan peligrosamente. Si Pekín felicitó cortésmente al nuevo Papa a la hora de su elección, recordó a la vez que para establecer relaciones con el Vaticano pone como condición la suspensión de relaciones entre Taiwán y la Santa Sede.
Entre 1949, año de la llegada al poder de los comunistas, y 1980, los católicos chinos se dividieron entre la Iglesia "romana" y la Iglesia "patriótica" fundada por Mao sobre el modelo de una iglesia nacional, sin contactos con el Vaticano y totalmente integrada al régimen. El obispo de Pekín, cabeza de esa iglesia, es hasta la fecha un dignatario del Estado. La gran mayoría de los católicos dieron su fidelidad a la Iglesia de las catacumbas y practicaron en secreto (y latín) los rituales romanos.
Curiosamente al Partido Comunista chino el tiro le salió por la culata: al cortar las relaciones entre Roma y los católicos chinos, pensaba acabar con el catolicismo en China, a corto o a mediano plazo. La existencia de una iglesia cismática -relativamente cismática porque sus obispos y sacerdotes practicaban la restricción mental y muchos de ellos siguieron fieles a Roma-; la dureza de la persecución, la eliminación de todos los misioneros y sacerdotes extranjeros tuvieron dos resultados: primero, la sinización de la Iglesia que se volvió 100% china; segundo, una inquebrantable fidelidad a Roma. Ser católico en China es, como en Vietnam, ser "papista". Para los chinos, el catolicismo sin el Papa es algo impensable.
Juan Pablo II, cuyas fotografías acompañan las de Benedicto XVI en las casas de los fieles, tomó contacto discretamente desde los primeros días de su pontificado con el clero "patriótico". Entonces hubo sacerdotes y obispos para reconocer públicamente la autoridad del Papa, lo que les valió pasar un rato en la cárcel; los que quedaron en la Iglesia oficial se vieron empujados por sus fieles al acercamiento progresivo con Roma. Al grado que hoy en día, para retomar las palabras de un católico de Pekín, "hay sólo una Iglesia con dos grupos en su seno".
Oficialmente es la Iglesia patriótica que nombra los obispos, pero hay consulta discreta con Roma; otra prueba de esa nueva tolerancia, el Estado ha permitido que sacerdotes y monjas vayan a estudiar teología en Roma; autoriza también las invitaciones hechas por los seminarios a teólogos extranjeros.
No es que todo esté perfecto. China es inmensa y la situación puede variar según las regiones y la administración puede de repente "combatir la superstición", pero como en el México del presidente Cárdenas, poco a poco se instala un verdadero modus vivendi. Algunos dicen que no hay que ser demasiado optimistas y que si el gobierno hace tales concesiones, es en la perspectiva de los Juegos Olímpicos de 2008. En realidad, esa evolución parece irreversible en una China que vive el triunfo de un capitalismo despiadado y la muerte del ideal comunista.
Todas las religiones se benefician de esa primavera, el budismo, el taoísmo, el islam, pero el cristianismo, tanto en su versión católica, como en sus versiones protestantes, parece especialmente dinámico.
Un pastor protestante explica: "El partido comunista preparó la tierra para sembrar la semilla. Al obligar a los cristianos a cortar con el mundo exterior, creó las iglesias chinas. Los sufrimientos nos han fortalecido espiritualmente. Antes la gente creía en el comunismo, hoy la corrupción acaba con el sistema, el vacío espiritual reina. Pero el hombre necesita algo más que el éxito material. ¿En qué se puede esperar, pues? No hay más que el mensaje de Cristo".
Para la Iglesia católica, el último problema es que sigue reconociendo diplomáticamente a Taiwán y es algo que Pekín no perdona. Por cierto, el Vaticano es el único Estado europeo, y uno de los poquísimos en el mundo, que mantiene esas relaciones con la gran isla. Tarde o temprano tendrá que resolver ese problema que es diplomático y político.
Mientras, Pekín considera el catolicismo y sus eventuales relaciones con el Vaticano como una cuestión exclusivamente política. Eso no preocupa para nada a los católicos chinos que construyen templo tras templo y multiplican las "manifestaciones externas" de culto. ¿Quién dice que el cristianismo no puede ser chino?
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