viernes, enero 27, 2006

Mitterrand en su décimo aniversario

A los diez años de su muerte, Mitterrand sigue despertando, en Francia, un debate apasionante. Ha terminado, ahora, con un primer consenso: que ha sido el mejor Presidente después del general De Gaulle. La fascinación persiste en razón de las contradicciones del personaje.
Su pasión por el laberinto y su talento literario le han convertido en el protagonista de una novela. La bella Catherine Nay -Mitterrand era un hombre de mujeres y su diálogo con las más brillantes francesas es otro tema- le dedicó ya, en 1980, un libro un título que, en español, es así: Los siete Mitterrand o las metamorfosis de un septenio.
La bella al hablar de las siete metamorfosis de Mitterrand anticipaba la marea de biografías publicadas sobre el hombre, el político y, finalmente, el amante que muere amparado, a la hora del entierro, por sus dos familias: la legítima con sus hijos y la de la amante con su hija. No hay que olvidar que el líder socialista, había nacido en vieja familia tradicional y cristiana que, tardíamente, aceptó la República. Él mismo, antes de morir, sabiendo que su cáncer de próstata era su última aventura, fue a visitar a Jean Guitton.
Guitton se definía, sin más, como el último filósofo cristiano de Francia. Había sido maestro, por cierto, de Louis Althusser el que sería, en su día, connotado filósofo comunista. Dice Guitton que, un día, se quedó de piedra al ver que quien repicaba a su puerta era el propio Presidente Mitterrand.
Éste inició rápidamente su cuestionario: "He venido a que me diga usted qué hay después de la muerte". El filósofo, divertido, -un buen filósofo lo es- le dijo "que él no sabía nada". Mitterrand: "Usted sabe porque es ya la eternidad". Guitton le añadió: "Sí sé una cosa: que su madre estaba muy preocupada por su alma". "¿Y usted cómo lo sabe?". "Porque me lo dijo su confesor". "Pero ¿el secreto de confesión no es inviolable?". "Sí, pero seguramente Dios quiso que usted lo supiera".
Mitterrand se despidió de su mujer y amigos en una comida en su casa de campo. Le dijo a su esposa, la admirable Danielle, luchadora intacta, que se iría solo a su casa de París y que allí, con su alma, esperaría la muerte dejando de tomar medicinas y alimentos. Sólo él y su memoria.
Así murió. Cuando se supo Danielle Mitterrand avisó a sus hijos y también a Mazarine, la hija que Mitterrand tuvo con su amante y que, por una prodigiosa réplica genética, es tan parecida a su padre como dos gotas de agua.
La bella Catherine Nay , en el libro citado, hablaba de "siete Mitterrand": el Mitterrand Leon Blum; el Mitterrand Francois-Camille Chautemps; el Mitterrand Ronald Reagan; el Mitterrand Charles De Gaulle; el Mitterrand Árbitro y el Mitterrand Francisco-Augusto. Esa galería de retratos -hoy cien- se ha ampliado, por arte de magia, con la nube editada en los últimos años y en estos días. Como yo -que he publicado libros biográficos- estoy exento de fobias y guardo clemencia e interés real por el otro, sea mi adversario o no, comprendo muy bien ese río de pasiones en su entorno.
Fundamentalmente porque, en estos momentos, (prueba es que Chirac, perdida toda mesura cartesiana habla de emplear la bomba atómica contra los terroristas) Francia está pasando por una duda angustiosa sobre su modelo económico, cultural y social.
Duda angustiosa con una clase política que ni en el Centro-Derecha ni en el Centro Izquierda encuentra el hilo para salir del laberinto. En un tiempo, dicho sea, que exige una nueva invención del mundo, una nueva utopía racional. Quizá por eso Mitterrand, siempre en el laberinto, interesa y fascina. Aquí dije un día que me gustaría saber, por un grafólogo, el significado de su escritura. Tengo un libro suyo dedicado personalmente. Es una letra "augusta". Sólo eso sé.

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