Del puterío se dice que es el más antiguo oficio del mundo, desde luego, sino el más antiguo, sí fue uno de los primeros que practicó la humanidad. De hecho, entre los chimpancés se ven conductas que cabría considerar prostitución – esto es, las monas se dejan follar a cambio de comida. En otros capítulos de esta Breve Historia analizaremos la prostitución sagrada en Babilonia o las escorts de alto standing en Grecia, las “heteras”. Pero, hoy nos centraremos en el estado del putiferio en tiempos de Roma.
Sí, amigos, si disponéis de una máquina del tiempo como la de J. J. Benítez en “Caballo de Troya” en vez de ir a Palestina a perder el tiempo escuchando el sermón de la montaña, provechoso será para vuestras pollas ir a Roma, donde a principios de nuestra era se juntaba lo mejor y lo peor del orbe entero. El viejo Catón, muy estricto en otras cosas, no censuraba el irse de putas de vez en cuando, porque decía que de esta manera se evitaban los adulterios con mujeres casadas (todo un escándalo en aquellos tiempos). Así que hagamos caso a Catón y démonos un garbeo por los barrios de peor catadura de Roma y por los puticluses más afamados de la Urbe.
Lo primero era saber qué se quería o mejor dicho de cuánto dinero se disponía, porque esto, señores, es lo que condicionaba la mercancía a la que se podía acceder. En Roma ya había exactamente las mismas clases de “lupas” que ahora: Las callejeras; las tabernarias (sí, en Roma ya había bares de alterne); las de lupanar; las escorts de lujo. Pero, ¿dónde encontrarlas? Muy fácil, toda la Urbe era una gran casa de lenocinio y había putas en todos lados, especialmente en los lugares de mucho tránsito de viajeros, véanse las cercanías del foro, el teatro o las termas.
Pero si hubo un “barrio chino” en Roma era la Subura, donde había burdeles asequibles a todos los bolsillos (al menos unos cincuenta o sesenta de diversas categorías). Si el presupuesto era más limitado, las meretrices más hediondas se hallaban en el Trastevere, mientras que si se tenían denarios para gastar alegremente una buena idea sería ir a correrse una juerga en los exclusivos lupanares del Esquilino o a un “mueblé” de nivel (en Pompeya había unos cuantos, si nos atenemos a los frescos de las paredes).
Los prostíbulos estaban perfectamente identificados con aldabas en forma de méntula, pintadas de rojo. Un farol de aceite igualmente fálico podía también servir de reclamo. Así como un cartel con el nombre del establecimiento. Y dentro de los putiferios, sobre las distintas habitaciones había carteles o pinturas que indicaban la especialidad de cada lupa. Fellatrices (mamadoras), cularae (practicantes del griego), etc. Pero ¿qué clase de señoritas putas encontraremos dentro? ¿de dónde son? Pues igual que ahora, había en Roma zorras del mundo entero, aunque obviamente, por razones geográficas las más comunes eran de dentro del propio imperio y de las provincias recién conquistadas. Y si había suerte, incluso se podía follar a la mujer de todo un emperador, me refiero al Divino Claudio. Pues su querida esposa Valeria Mesalina era tan aficionada al folleteo que, aprovechando que una puta llamada Lycisca se le parecía mucho, vendía su cuerpo en uno de los peores lupanares de la Ciudad (incluso se rumorea que desafió a sus compañeras a ver quién follaba más hombres en una noche y ganó ella).
Eso sí, las mademoiselles de alto stánding, las llamadas “delicatae” llevaban todas un nombre de guerra griego, por ser algo más exótico y porque recordaba al cliente las famosas heteras de la Hélade. Estas chicas trabajaban por cuenta propia y sólo de noche, se las podía contratar por horas, para toda la noche, e incluso por una temporada. Cuando se las alquilaba por una larga temporada, meses o años, solía mediar un pacto de exclusividad, las chicas no podían recibir a otros hombres (clientes o no) en su casa. Especial mención merecen las reputadas “puellae gaditanae” (las chicas de Cádiz), mitad bailarinas, mitad putas, que actuaban en todo banquete/orgía de nivel y cuyas actuaciones que incluían canto, baile y polvo valían su buen dinero. Debemos a Marcial que se nos haya conservado el nombre de guerra de una de estas andaluzas de rompe y rasga, Telethusa. Estas chicas debían contratarse a sus mánagers y debían circular ya por Roma “books” como por los Madriles de agora.
Y ahora hablemos de precios. ¿Qué valía irse de putas en tiempos del S.P.Q.R.? ¿Era más o menos caro que ahora? Resulta difícil hacer una traslación exacta del valor del dinero en Roma a nuestra época. Pero aunque los precios debían ser parecidos a los de ahora, eran algo más bajos. Aunque, naturalmente las M.S. o las M.G. del momento se ganaban tan bien como ahora sus jornales (y también arruinaban a hombres adinerados).
Muchos precios han llegado a nosotros como “grafittis”. En efecto, al no haber periódicos donde publicar los anuncios de relax, cualquier pared era buena para anunciarse. Así, en Pompeya numerosos de estos anuncios se nos han conservado, véase un par de ejemplos:
“Éutique, griega. Dos Ases. De complacientes maneras.”, “Lais la chupa por dos ases.” Los precios que acabamos de ver eran bastante asequibles.
La Antología Palatina, nos ha guardado este anuncio maravilloso:“Yo, Elide, puedo contentar a tres hombres simultáneamente. Uno con la boca, otra con el coño y el tercero con el culo. Recibo al depravado, al amante y al pederasta. Aunque tengas prisa y vengas con dos amigos no dejes de entrar.” ¡Una verdadera artista!
La turba de puteros abarcaba, como ahora, a todos los estratos de la sociedad, desde el senado a la chusma. Ya Plauto nos decía que las rameras reciben a todos mientras tengan dinero. Sus bolsillos los ponían en su lugar. Aunque dado el sistema esclavista romano, los muy ricos podían optar por comprarse una “puella gaditana” para su uso exclusivo. Algo que, por desgracia, no podemos hacer en este tiempo mediocre que nos ha tocado en suerte vivir. Venus Victrix! Venus Regina Mundi!
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