domingo, septiembre 25, 2005

La guerra de las naranjas

No, estimados lectores, no se trata de la invasión de Portugal por las tropas de Napoleón Malaparte y del Príncipe de la Paz, Godoy; invasión que tuvo como consecuencia no deseada, la independencia de México, sino de la guerra incivil que están librando los héroes de la revolución naranja de Ucrania 2004.
Esa ruptura ocurrida el 8 de septiembre es normal. Fue necesaria una coalición en México, alrededor de Vicente Fox, en el año 2000, para poner fin al interminable reinado del PRI; la personalidad de Fox sirvió, pero sin el "voto útil" de muchos perredistas y sin partido, y de priístas decepcionados, el PRI no hubiera dejado la Presidencia. La victoria no fue más allá porque la coalición no perduró y el Presidente no tuvo mayoría parlamentaria. Por lo mismo la opinión pública se decepcionó y se quedó con la idea del parto de los montes, lo que podría permitir la reconquista por parte del PRI.
Ucrania parece seguir el mismo camino; a la hora de la desintegración pacífica de la URSS, los comunistas conservaron el poder. Los "barones rojos" se transformaron en capitalistas, se apropiaron de todo gracias a las privatizaciones salvajes, como en la Rusia vecina.
La corrupción y el autoritarismo, en tiempos del presidente anterior Kuchma, colmaron la paciencia de la nación y, las elecciones presidenciales de 2004 causaron la sorpresa. Los observadores anunciaban que todo estaba amarrado; que el candidato del presidente Kuchma tenía todo a su favor: el aparato del Estado, el dinero de los empresarios y, last but not least, el apoyo entusiasta del presidente ruso Vladimir Putin.
Y ganó Víctor Yushenko, misteriosamente envenenado, pero no eliminado. Ganó gracias a la presión de la calle, al respaldo internacional contra la imposición, a la "revolución rosa" de Georgia. Yushenko se encontró de repente en la situación de Boris Yeltsin cuando derrotó al intento golpista de 1991. En el poder, con una gran popularidad y con unos aliados tan útiles como ambiciosos. A los dos años, en octubre de 1993, Yeltsin bombardeó a sus ex aliados transformados en peligrosos rivales; a los ocho meses el pacífico (le dicen El Filósofo) Yushenko se decidió, muy tarde dicen sus amigos, a separarse de sus socios de la revolución naranja. El 8 de septiembre destituyó en bloque el gobierno, por acusaciones de corrupción.
Curiosamente, tres días antes, quien era secretario de Estado en tiempos de Kravchuk anunciaba una posible contrarrevolución; el mismo día el presidente Putin, en la conferencia de prensa que daba a los periodistas occidentales en el Kremlin, declaraba: "Que el Occidente no se meta en los asuntos de Rusia y de las ex repúblicas soviéticas (…) como lo hizo el verano pasado en Ucrania". El día ocho, cuando la crisis reventó en Kiev, Moscú no disimuló su satisfacción.
La crisis política había empezado a la mera hora de la victoria cuando la entusiasta, popular, guapa Julia Timoshenko le exigió a su presidente y amigo Yushenko el sillón de primer ministro. Ella es una carismática rubia de 44 años que apareció hace poco en la edición polaca de Playboy y que sus enemigos rusos acaban de representar como la heroína de una película porno-política llamada Julia y Miguel. Escogieron una estrella del porno ruso para encarnar de manera obvia a la Timoshenko; Miguel es Miguel Saskashvili, el presidente de Georgia, la otra bestia negra de los políticos rusos. La escena clave de la película es cuando Julia y Miguel hacen el amor en el helicóptero presidencial. El rodaje del pornofilme, cuyo director es un diputado nacionalista ruso, ha sido muy publicitado y llena las páginas del internet ruso desde el mes de julio. Lástima que no se las pueda enseñar. Julia Timoshenko calificó la película de "banal provocación" para enfrentar dificultades mucho más serias. Periódicamente, desde febrero, se hablaba de su próxima renuncia.
A las ambiciones personales y detrás de las personas hay clanes poderosos y Moscú busca la oportunidad de recuperar su influencia se suma un problema muy grave: el nuevo poder no ha podido satisfacer las esperanzas engendradas por la caída de Leonid Kuchma y de su pandilla. Yushenko y Timoshenko no han podido acabar con la plaga de la corrupción, una corrupción que gangrena el Estado. "La paradoja, declaró el presidente, al despedir a todo el gobierno, es que nuevas personalidades han llegado al poder, sin que cambie la cara del poder.
Ucrania sigue criticada por su corrupción y su economía de la sombra. Hay que poner fin a la decepción de la sociedad y asegurarnos que los ideales de la revolución no son traicionados".
Al horizonte se perfilan las elecciones legislativas de marzo 2006. Van a ser decisivas porque entrará en vigor la reforma del Estado que disminuye los poderes del presidente, aumenta los del primer ministro y confía al Congreso la designación del primer ministro y de su gobierno.
Quizá por eso la coalición "naranja" acaba de estallar. Había dos gobiernos antagonistas en el gabinete y el de la Timoshenko parecía ganar la partida. En una decisión tan salomónica como peligrosa, el presidente corrió a todos: "Hace un año, competí para la presidencia no para ver los dirigentes del Estado pelearse, incapaces de ponerse de acuerdo y de tenerse confianza. No es lo que buscaba en los últimos 12 meses, caminando con una cara que no es la mía" (en alusión al envenenamiento que lo desfiguró horriblemente).
¿Qué va a ser de Ucrania? La crisis presente le da a Moscú la posibilidad de interferir de nuevo, como entre 1991 y 2004. Un chiste ruso dice que "Putin es querido de las damas, primero de Katrina (el huracán que debilitó a Bush) y ahora de Julia". En cuanto a Europa, se lava las manos, ella que cierra su puerta a la europea Ucrania y tiene más consideración para Turquía.

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